Época: cultura XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Los dominios del catolicismo

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Es, quizá, de los movimientos religiosos que florecen durante el período moderno uno de los más difíciles de definir y delimitar con exactitud, en parte por su falta de homogeneidad interna, inclusive en Francia, en parte por la multitud de significados que adquirió. Surgido en el siglo XVII de la mano de Jansenius (1585-1638), obispo de Yprés, se encuadra por su contenido teológico en la polémica que, desde una centuria antes, mantienen agustinianos y molinistas sobre el modo de conciliar la libertad y la gracia. El jansenismo opta por la postura de aquéllos, defendiendo que la gracia es sólo un don divino, y se enfrenta a los segundos, entre los que se encuentran los jesuitas. Jansenius consigue en Francia el apoyo de su amigo personal el abad de Saint-Cyran, quien, a su vez, convierte al monasterio de monjas reformado de Port Royal, del que era director espiritual, en el centro jansenista por excelencia.
Ahora bien, las ideas del nuevo movimiento entraban, asimismo, de lleno en el terreno eclesiástico y político. Es cierto que insistía en la necesidad de la Iglesia, pero negaba a las autoridades eclesiásticas capacidad para representar la voluntad de Dios. Idéntica incapacidad atribuía a los monarcas, lo que situó desde el principio a los jansenistas entre los opositores al absolutismo. Por ello, Richelieu y Mazarino les eran hostiles, al igual que Luis XIV o Felipe V, quien propuso su exterminio como una secta peligrosa para el Estado y la iglesia.

El jansenismo no tardó en ser condenado por el Papa, pero ello no echó atrás a sus defensores, antes al contrario. A comienzos del siglo XVIII, el rey Sol quiso acabar con el peligro que representaban y arrancó de Clemente XI la Bula Unigenitus (1713), condenando 101 proposiciones de la obra del jansenista Pasquier de Quesnel. Por el contenido no sólo teológico, sino moral y eclesiástico de ellas, significaban algo más que una doctrina sobre la gracia, eran un programa de reformas anticurialista, puritano, que llegaba a pedir la lectura de la Biblia por el creyente en su propio idioma. La condena, en consecuencia, iba más allá de las anteriores y terminó siendo un debate sobre la naturaleza de la autoridad papal, episcopal y parlamentaria.

La aparición de la Bula dividió al clero francés en dos grupos: apelantes y constitucionarios, cada uno con sus correspondientes apoyos políticos. Aquéllos consiguieron el de los parlamentos, sobre todo el de París, que vieron una ocasión para enfrentarse al poder absoluto del monarca. Los constitucionarios tuvieron de su lado a la corte y a los obispos, ambos usaron su prerrogativa de decidir sobre los ascensos en la jerarquía eclesiástica para intimidar a los disidentes. Las amenazas no erradicaron el movimiento, pero sí lo descabezaron, de forma que para 1727 todos los obispos que lo apoyaban habían sido depuestos. Como la rebelión continuaba a nivel de clérigos, se consideró oportuno para frenarlos convertir la bula en regla de fe y negar los sacramentos a los jansenistas. Las dos medidas contaron con el apoyo del Papado hasta 1756 en que Benedicto XIV lo retiró contribuyendo a acentuar el clima de relajación en que habían entrado las relaciones entre jansenismo y Monarquía en Francia desde 1740.

Por esas fechas había comenzado su difusión por Europa, favorecida por la coincidencia de sus propuestas cesaropapistas con las de los reformadores ilustrados. Llegó a Italia, de la mano de Muratori; a España; en los Países Bajos sus seguidores fundaron la única Iglesia que hoy sobrevive, mientras que en Austria, los jansenistas llegaron a ocupar el cargo de confesor real y a romper el monopolio de la Compañía de Jesús en la enseñanza teológica.